jueves, 20 de mayo de 2010

Geronte

Un nanosegundo y duermes, la cara contra el cristal, las gafas puestas y una media sonrisa satisfecha. Una farola, de la que sólo veo el reglamentario orín, ilumina tímidamente tu reinado. Voy a mirarte así unos minutos más.
Después conduciré hasta el centro de la ciudad, aparcaré y esperaré a que se haga de día.
Entonces, suavemente, a salvo tu sueño por el efecto del efluvio tan noble de la ginebra y la saliva, terminaré de quitarte los pantalones que ahora se te acumulan en los tobillos. Los plegaré con la dedicación de una madre, y con ellos me alejaré del vehículo, bien cerrado para que nada te pase, amor, y para que todos tus súbditos, con el periódico en la mano y en el cuerpo la ropa de los domingos, puedan admirar tu cetro ahora fláccido y tus blanquísimos muslos distinguiéndose -desconcertados pero nítidos- tras la ventanilla trasera de mi coche.
Desde mi mesita del Bar Cristal asistiré solemne a la creciente multitud, mientras paladeo el sabor metálico de la llave del reino, en algún lugar garganta abajo.

lunes, 3 de mayo de 2010

HISTORIA DE

Una imagen poderosa,
como la de un perro
tumbado
con la panza al sol en una calle polvorienta,
o entre las ruinas de una ciudad devastada.

Una habitación silenciosa,
por la que pasea
un hombre de contornos erráticos
que, resumiendo, podría ser cualquiera.

Una extensión ilimitada
plagada de pequeñas mesas
con un centro floral y una lamparita,
como presagiando un aplauso
o una orgía caníbal.

En cualquier caso (así lo veo yo)
una pausa
extraña, similar quizás
a una cuarentena
o a una mala digestión
que nos posterga,
indefinidamente, la llegada del día.

sábado, 28 de marzo de 2009

SIN ÉL

Una soledad nueva y entera, se le ocurrió pensar. Cogió la vieja maleta del vientre del autobús, que después arrancó con estruendo. Palpó las llaves en el bolsillo, y comenzó a andar por la cuneta. Enseguida reconoció la reja de la entrada.

Los primeros día recordaba la ciudad, y con un dolor casi físico imaginaba a sus amigos, juntos en alguna casa o en el bar, bebiendo y fumando sin él. Y a ella bajando la persiana antes de desnudarse. Porque no se podía hacer nada, a veces era viernes por la noche, y él tenía ya casi cuarenta años. Esta desazón le acompañaba a la cama. El gato le distraía con sus juegos, pero se acababa quedando dormido, como todo a su alrededor dentro y fuera de la casa. Excepto los grillos y otros bichos, y los olores del campo. A media noche, cerraba la ventana desde la cama, con el pie. Apagaba el cigarrillo y la lámpara y se tapaba hasta las orejas. Intentaba apagar también la muchedumbre de su cabeza. Intentaba olvidar a sus amigos. A su jefe. Intentaba no amar. Intentaba.

martes, 14 de octubre de 2008

CARNIFEX! CARNIFEX! CARNIFEX!

Tus pecas fallaron unánimes en mi contra. Así lo recibí nada más entrar, con el abrigo y el peso de unos siglos sin verte todavía puestos. Tu vestido azul matizó fatalmente: pena capital. Saludaste desde la barra, con el mismo gesto que tantas noches me habia recibido en tu cama. Caí mentalmente de rodillas, y tu caricia furtiva en mi hombro dio inicio a mi ejecución. Tu sonrisa condescendiente, casi piadosa, me azotó como preparándome para el gran dolor. Mordí una almohada imaginaria. El final de una versión de los Smiths (bastante pobre, tuve tiempo de pensar), nos sirvió de marcha fúnebre anticipada. Casi al unísono, como orquestados, surgieron ante mis ojos de condenado sin fe tu enorme vientre y su dueno, probablemente tu marido, la guitarra en una mano y en la otra tu dulce nuca. Me ayudó con el último escalón del cadalso. La puerta de salida, al cerrarse, imitó el crujir de mi cuello.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

ADIÓS

Se lamió despacito el antebrazo salado. Le dio una pequeña patada al gato. Se rascó la rodilla. Estiró las piernas e intentó mover, uno a uno, los dedos de los pies. Miró a su padre que regaba el seto. Miró a su madre que descolgaba los bañadores secos. Olisqueó la última paella, igual que el gato, y maullaron al unísono. La llamaron a comer. Repitió. Hizo la última siesta. Pedaleó muy fuerte por la gravilla hasta la última casa de la calle. Llamó al timbre. Jugó con él el último parchís y le miró como si en lugar del verano se acabara el mundo. Volvió a casa. Comió pan con nocilla. Lloró bajito en el baño, después de hacer pipí. Corrió a ver salpicar las últimas olas e intentó dar caza al último cangrejo. Después metieron al gato en la jaulita de viaje, y a ella en el asiento trasero. El apartamento dio enseguida esquinazo y el bebé lloró todo el atasco.

lunes, 12 de mayo de 2008

SUGUS

Una noche escrita
y reescrita
en un papelito arrugado.
Una rítmica cama
amortiguada apenas
por unos centímetros de techo,
de la que desciende
tu irreprimible imagen
tumbado a tres ciudades de aquí
masticando
un caramelo de una conocida marca.

domingo, 20 de abril de 2008

EL COLECCIONISTA

El súbito fogonazo de neón marca el génesis matutino del interior de la entrañable discoteca desguace. Algunas manos, más aventuradas de lo que es cristiano, reculan súbitamente púdicas, y los cuerpos, de pronto victoriosos sobre las tinieblas, obedecen al mensaje inscrito en tan rutinario acto de creación abriéndose paso pesaroso entre los vasos esparcidos por el suelo. Él camina también, conciliando con asombrosa habilidad los actos de recabar el nombre de su dama, depositar una mano en la cintura de la susodicha y ayudarla a hacerse con el abrigo sobre el que dos desalmados se besan. Mercedes lo agradece, disfrazando de condescendencia la canina necesidad, fingiéndose inmune a la treintena de años que media entre ellos.

Afuera se fragua la impaciencia de las amigas de ella. Sin abandonar la tópica oratoria que la ocasión merece, él considera al grupo de septuagenarias que espera a la sólita y coqueta interlocutora arrejuntándose y resoplando como una manada de bueyes que se da calor en una gélida llanura. La Pili, que para algo es la más arrugada y la dueña de la peluquería, compone su mejor voz de mando y las encamina a la parada del autobús. Aun conocedora de sus limitadas dotes telequinésicas, precipita todo su recelo y su reprobación en una mirada incapaz de detener la mano que viaja bajo el abrigo de Mercedes. La res perdida se resiste a ser recuperada, y acompañada por el imberbe galán trota por Paseo Mallorca en busca de taxi. Alguien les grita aquello de la pescadilla y el caviar y recoge algunas risotadas.

Con tales premisas no extrañe que sea tan fácil para Pili agria desde el autobús, viendo pasar las calles vacías con los tacones en la mano, imaginar la noche ajena, el lento y vicioso desnudar del joven degenerado, los chirridos de la vieja cama y el agradecido final. Casi automático sonreír maliciosamente al recordar los problemas de Mercedes con su prótesis dental y verla forzada a planear unos instantes de alivio que él no debe notar, de pronto la carcajada con la visión de Mercedes clandestinamente desdentada e inevitablemente dormida después para su desgracia. Más difícil sin embargo, vetusta Pili, adivinarle a él deslizarse sigilosamente con la primera luz del día, protegido el trofeo con la propia vida camino a casa. Tan imposible que Mercedes aún ronca ajena cuando él, en el frenesí del regreso, saluda fugaz a sus padres que desayunan y abre ilusionado el armario para depositar solemnemente la magnífica hilera de blancas perlas que sonreirá junto a las otras a salvo de psicoanalistas rioplatenses, basculando lentamente en el agua.