martes, 14 de octubre de 2008

CARNIFEX! CARNIFEX! CARNIFEX!

Tus pecas fallaron unánimes en mi contra. Así lo recibí nada más entrar, con el abrigo y el peso de unos siglos sin verte todavía puestos. Tu vestido azul matizó fatalmente: pena capital. Saludaste desde la barra, con el mismo gesto que tantas noches me habia recibido en tu cama. Caí mentalmente de rodillas, y tu caricia furtiva en mi hombro dio inicio a mi ejecución. Tu sonrisa condescendiente, casi piadosa, me azotó como preparándome para el gran dolor. Mordí una almohada imaginaria. El final de una versión de los Smiths (bastante pobre, tuve tiempo de pensar), nos sirvió de marcha fúnebre anticipada. Casi al unísono, como orquestados, surgieron ante mis ojos de condenado sin fe tu enorme vientre y su dueno, probablemente tu marido, la guitarra en una mano y en la otra tu dulce nuca. Me ayudó con el último escalón del cadalso. La puerta de salida, al cerrarse, imitó el crujir de mi cuello.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

ADIÓS

Se lamió despacito el antebrazo salado. Le dio una pequeña patada al gato. Se rascó la rodilla. Estiró las piernas e intentó mover, uno a uno, los dedos de los pies. Miró a su padre que regaba el seto. Miró a su madre que descolgaba los bañadores secos. Olisqueó la última paella, igual que el gato, y maullaron al unísono. La llamaron a comer. Repitió. Hizo la última siesta. Pedaleó muy fuerte por la gravilla hasta la última casa de la calle. Llamó al timbre. Jugó con él el último parchís y le miró como si en lugar del verano se acabara el mundo. Volvió a casa. Comió pan con nocilla. Lloró bajito en el baño, después de hacer pipí. Corrió a ver salpicar las últimas olas e intentó dar caza al último cangrejo. Después metieron al gato en la jaulita de viaje, y a ella en el asiento trasero. El apartamento dio enseguida esquinazo y el bebé lloró todo el atasco.

lunes, 12 de mayo de 2008

SUGUS

Una noche escrita
y reescrita
en un papelito arrugado.
Una rítmica cama
amortiguada apenas
por unos centímetros de techo,
de la que desciende
tu irreprimible imagen
tumbado a tres ciudades de aquí
masticando
un caramelo de una conocida marca.

domingo, 20 de abril de 2008

EL COLECCIONISTA

El súbito fogonazo de neón marca el génesis matutino del interior de la entrañable discoteca desguace. Algunas manos, más aventuradas de lo que es cristiano, reculan súbitamente púdicas, y los cuerpos, de pronto victoriosos sobre las tinieblas, obedecen al mensaje inscrito en tan rutinario acto de creación abriéndose paso pesaroso entre los vasos esparcidos por el suelo. Él camina también, conciliando con asombrosa habilidad los actos de recabar el nombre de su dama, depositar una mano en la cintura de la susodicha y ayudarla a hacerse con el abrigo sobre el que dos desalmados se besan. Mercedes lo agradece, disfrazando de condescendencia la canina necesidad, fingiéndose inmune a la treintena de años que media entre ellos.

Afuera se fragua la impaciencia de las amigas de ella. Sin abandonar la tópica oratoria que la ocasión merece, él considera al grupo de septuagenarias que espera a la sólita y coqueta interlocutora arrejuntándose y resoplando como una manada de bueyes que se da calor en una gélida llanura. La Pili, que para algo es la más arrugada y la dueña de la peluquería, compone su mejor voz de mando y las encamina a la parada del autobús. Aun conocedora de sus limitadas dotes telequinésicas, precipita todo su recelo y su reprobación en una mirada incapaz de detener la mano que viaja bajo el abrigo de Mercedes. La res perdida se resiste a ser recuperada, y acompañada por el imberbe galán trota por Paseo Mallorca en busca de taxi. Alguien les grita aquello de la pescadilla y el caviar y recoge algunas risotadas.

Con tales premisas no extrañe que sea tan fácil para Pili agria desde el autobús, viendo pasar las calles vacías con los tacones en la mano, imaginar la noche ajena, el lento y vicioso desnudar del joven degenerado, los chirridos de la vieja cama y el agradecido final. Casi automático sonreír maliciosamente al recordar los problemas de Mercedes con su prótesis dental y verla forzada a planear unos instantes de alivio que él no debe notar, de pronto la carcajada con la visión de Mercedes clandestinamente desdentada e inevitablemente dormida después para su desgracia. Más difícil sin embargo, vetusta Pili, adivinarle a él deslizarse sigilosamente con la primera luz del día, protegido el trofeo con la propia vida camino a casa. Tan imposible que Mercedes aún ronca ajena cuando él, en el frenesí del regreso, saluda fugaz a sus padres que desayunan y abre ilusionado el armario para depositar solemnemente la magnífica hilera de blancas perlas que sonreirá junto a las otras a salvo de psicoanalistas rioplatenses, basculando lentamente en el agua.

jueves, 27 de marzo de 2008

CITA

Legítimo propietario de un imperio de rutina, levantado sobre toneladas de papel y cifras, semanas de viajes para solteros, prensa diaria y reseñas literarias mal aprendidas de la radio. Hacia las afueras, yacimientos prehistóricos de cuando la observación cínica, abolida en alguna revolución ya lejana. El sexo gratuito confinado al destierro, franqueados sus intentos de volver por sonrisas condescendientes que niegan citas aún existiendo paralela necesidad de escarceos entre sábanas con excusas para eludir desayuno y acceder al salvoconducto-ascensor.

Princesa destronada por amantes y amigos demasiado heridos, que ya no devuelven llamadas ni vasos de agua con ansiolíticos, y que se niegan sin decirlo a sostener bolsos y abrigos. Encanto descolorido y piel casi amarillenta, ridícula ahora la extravagancia de un sombrero, y molesto el timbre de una risa a todas luces forzada y excesiva. Más visible el temblor ansioso de las manos, del párpado cuando no se oye lo que se espera de interlocutores que hay que analizar más de lo deseado para encontrar las flaquezas indispensables al vampirismo. Toda su verborrea contaminada de antemano por la trivialidad al salir al aire de la calle, al atravesar unos labios mordidos aquel año con ansia y ahora sólo con rabia y de forma más bien ocasional.

Uno frente al otro, cenando, sabiendo que la cama llegará antes que el fin de la digestión y que tras el rotundo fracaso yacerán espalda con espalda. Quizás alguno lagrimee o se levante vistiéndose al encuentro de la cama propia y el propio aire viciado de moqueta rancia. El lunes se ignorarán en la oficina.

HAZME DAÑO, RAIMUNDO


El primero fue quizás el menos apropiado. Acabó consintiendo, pero sus ojos tristes se volvieron incrédulos cuando formulaste tu petición leve al principio y desesperada después. Todavía alojabas la noche entre las piernas y bajo el vestido cuando el sol del domingo te succionó de la boca del metro. Sin quererlo, leíste entre las líneas de un editorial no firmado y adivinaste debajo de la espuma del café con leche que las dulces reverberaciones que producen los golpes recientes las habías dejado en un rincón de su cama, entre las solidificaciones de los nocturnos vapores, súbitamente sólo y extraño en su habitación el respetable profesor de párvulos, mientras Él despreciaba vuestra noche sin saber de ella. Te cuidaste bien de rescatar de todo ello una euforia que atesoraste cuidadosamente hasta el lunes al mediodía, y que llegada su hora se fue desvaneciendo, sorprendida tú por tan breve y dudosa victoria, desinteresado Él por tu fingido desinterés, sin intención alguna de descubrir la infidelidad que pugnaba por que la gritases.

Ahora, tus criterios de búsqueda se han revelado sábado a sábado más favorables, casi infalibles. Barcelona la de las calles mojadas te los proporciona, y te cede sus rincones y sus sujetos menos respetables. Algunos, los de ojos tristes, te recuerdan al primero, y oponen reparos parecidos a los suyos. Te esfuerzas tanto en insultarles que cuando por fin llegan los golpes tu ya tienes la boca seca, y seca y desnuda te recortas contra las sábanas hasta que vas a dar a la taza del retrete con el vino que tu estómago catapulta a un agujero distinto cada sábado. Los lunes Él fuma e ignora tus sábados antes de pedir la cuenta, y te pregunta a qué hora te has levantado mientras mira algún perro que pasa.