jueves, 27 de marzo de 2008

CITA

Legítimo propietario de un imperio de rutina, levantado sobre toneladas de papel y cifras, semanas de viajes para solteros, prensa diaria y reseñas literarias mal aprendidas de la radio. Hacia las afueras, yacimientos prehistóricos de cuando la observación cínica, abolida en alguna revolución ya lejana. El sexo gratuito confinado al destierro, franqueados sus intentos de volver por sonrisas condescendientes que niegan citas aún existiendo paralela necesidad de escarceos entre sábanas con excusas para eludir desayuno y acceder al salvoconducto-ascensor.

Princesa destronada por amantes y amigos demasiado heridos, que ya no devuelven llamadas ni vasos de agua con ansiolíticos, y que se niegan sin decirlo a sostener bolsos y abrigos. Encanto descolorido y piel casi amarillenta, ridícula ahora la extravagancia de un sombrero, y molesto el timbre de una risa a todas luces forzada y excesiva. Más visible el temblor ansioso de las manos, del párpado cuando no se oye lo que se espera de interlocutores que hay que analizar más de lo deseado para encontrar las flaquezas indispensables al vampirismo. Toda su verborrea contaminada de antemano por la trivialidad al salir al aire de la calle, al atravesar unos labios mordidos aquel año con ansia y ahora sólo con rabia y de forma más bien ocasional.

Uno frente al otro, cenando, sabiendo que la cama llegará antes que el fin de la digestión y que tras el rotundo fracaso yacerán espalda con espalda. Quizás alguno lagrimee o se levante vistiéndose al encuentro de la cama propia y el propio aire viciado de moqueta rancia. El lunes se ignorarán en la oficina.

HAZME DAÑO, RAIMUNDO


El primero fue quizás el menos apropiado. Acabó consintiendo, pero sus ojos tristes se volvieron incrédulos cuando formulaste tu petición leve al principio y desesperada después. Todavía alojabas la noche entre las piernas y bajo el vestido cuando el sol del domingo te succionó de la boca del metro. Sin quererlo, leíste entre las líneas de un editorial no firmado y adivinaste debajo de la espuma del café con leche que las dulces reverberaciones que producen los golpes recientes las habías dejado en un rincón de su cama, entre las solidificaciones de los nocturnos vapores, súbitamente sólo y extraño en su habitación el respetable profesor de párvulos, mientras Él despreciaba vuestra noche sin saber de ella. Te cuidaste bien de rescatar de todo ello una euforia que atesoraste cuidadosamente hasta el lunes al mediodía, y que llegada su hora se fue desvaneciendo, sorprendida tú por tan breve y dudosa victoria, desinteresado Él por tu fingido desinterés, sin intención alguna de descubrir la infidelidad que pugnaba por que la gritases.

Ahora, tus criterios de búsqueda se han revelado sábado a sábado más favorables, casi infalibles. Barcelona la de las calles mojadas te los proporciona, y te cede sus rincones y sus sujetos menos respetables. Algunos, los de ojos tristes, te recuerdan al primero, y oponen reparos parecidos a los suyos. Te esfuerzas tanto en insultarles que cuando por fin llegan los golpes tu ya tienes la boca seca, y seca y desnuda te recortas contra las sábanas hasta que vas a dar a la taza del retrete con el vino que tu estómago catapulta a un agujero distinto cada sábado. Los lunes Él fuma e ignora tus sábados antes de pedir la cuenta, y te pregunta a qué hora te has levantado mientras mira algún perro que pasa.