Legítimo propietario de un imperio de rutina, levantado sobre toneladas de papel y cifras, semanas de viajes para solteros, prensa diaria y reseñas literarias mal aprendidas de la radio. Hacia las afueras, yacimientos prehistóricos de cuando la observación cínica, abolida en alguna revolución ya lejana. El sexo gratuito confinado al destierro, franqueados sus intentos de volver por sonrisas condescendientes que niegan citas aún existiendo paralela necesidad de escarceos entre sábanas con excusas para eludir desayuno y acceder al salvoconducto-ascensor.
Princesa destronada por amantes y amigos demasiado heridos, que ya no devuelven llamadas ni vasos de agua con ansiolíticos, y que se niegan sin decirlo a sostener bolsos y abrigos. Encanto descolorido y piel casi amarillenta, ridícula ahora la extravagancia de un sombrero, y molesto el timbre de una risa a todas luces forzada y excesiva. Más visible el temblor ansioso de las manos, del párpado cuando no se oye lo que se espera de interlocutores que hay que analizar más de lo deseado para encontrar las flaquezas indispensables al vampirismo. Toda su verborrea contaminada de antemano por la trivialidad al salir al aire de la calle, al atravesar unos labios mordidos aquel año con ansia y ahora sólo con rabia y de forma más bien ocasional.
Uno frente al otro, cenando, sabiendo que la cama llegará antes que el fin de la digestión y que tras el rotundo fracaso yacerán espalda con espalda. Quizás alguno lagrimee o se levante vistiéndose al encuentro de la cama propia y el propio aire viciado de moqueta rancia. El lunes se ignorarán en la oficina.
Princesa destronada por amantes y amigos demasiado heridos, que ya no devuelven llamadas ni vasos de agua con ansiolíticos, y que se niegan sin decirlo a sostener bolsos y abrigos. Encanto descolorido y piel casi amarillenta, ridícula ahora la extravagancia de un sombrero, y molesto el timbre de una risa a todas luces forzada y excesiva. Más visible el temblor ansioso de las manos, del párpado cuando no se oye lo que se espera de interlocutores que hay que analizar más de lo deseado para encontrar las flaquezas indispensables al vampirismo. Toda su verborrea contaminada de antemano por la trivialidad al salir al aire de la calle, al atravesar unos labios mordidos aquel año con ansia y ahora sólo con rabia y de forma más bien ocasional.
Uno frente al otro, cenando, sabiendo que la cama llegará antes que el fin de la digestión y que tras el rotundo fracaso yacerán espalda con espalda. Quizás alguno lagrimee o se levante vistiéndose al encuentro de la cama propia y el propio aire viciado de moqueta rancia. El lunes se ignorarán en la oficina.