sábado, 28 de marzo de 2009

SIN ÉL

Una soledad nueva y entera, se le ocurrió pensar. Cogió la vieja maleta del vientre del autobús, que después arrancó con estruendo. Palpó las llaves en el bolsillo, y comenzó a andar por la cuneta. Enseguida reconoció la reja de la entrada.

Los primeros día recordaba la ciudad, y con un dolor casi físico imaginaba a sus amigos, juntos en alguna casa o en el bar, bebiendo y fumando sin él. Y a ella bajando la persiana antes de desnudarse. Porque no se podía hacer nada, a veces era viernes por la noche, y él tenía ya casi cuarenta años. Esta desazón le acompañaba a la cama. El gato le distraía con sus juegos, pero se acababa quedando dormido, como todo a su alrededor dentro y fuera de la casa. Excepto los grillos y otros bichos, y los olores del campo. A media noche, cerraba la ventana desde la cama, con el pie. Apagaba el cigarrillo y la lámpara y se tapaba hasta las orejas. Intentaba apagar también la muchedumbre de su cabeza. Intentaba olvidar a sus amigos. A su jefe. Intentaba no amar. Intentaba.