domingo, 20 de abril de 2008

EL COLECCIONISTA

El súbito fogonazo de neón marca el génesis matutino del interior de la entrañable discoteca desguace. Algunas manos, más aventuradas de lo que es cristiano, reculan súbitamente púdicas, y los cuerpos, de pronto victoriosos sobre las tinieblas, obedecen al mensaje inscrito en tan rutinario acto de creación abriéndose paso pesaroso entre los vasos esparcidos por el suelo. Él camina también, conciliando con asombrosa habilidad los actos de recabar el nombre de su dama, depositar una mano en la cintura de la susodicha y ayudarla a hacerse con el abrigo sobre el que dos desalmados se besan. Mercedes lo agradece, disfrazando de condescendencia la canina necesidad, fingiéndose inmune a la treintena de años que media entre ellos.

Afuera se fragua la impaciencia de las amigas de ella. Sin abandonar la tópica oratoria que la ocasión merece, él considera al grupo de septuagenarias que espera a la sólita y coqueta interlocutora arrejuntándose y resoplando como una manada de bueyes que se da calor en una gélida llanura. La Pili, que para algo es la más arrugada y la dueña de la peluquería, compone su mejor voz de mando y las encamina a la parada del autobús. Aun conocedora de sus limitadas dotes telequinésicas, precipita todo su recelo y su reprobación en una mirada incapaz de detener la mano que viaja bajo el abrigo de Mercedes. La res perdida se resiste a ser recuperada, y acompañada por el imberbe galán trota por Paseo Mallorca en busca de taxi. Alguien les grita aquello de la pescadilla y el caviar y recoge algunas risotadas.

Con tales premisas no extrañe que sea tan fácil para Pili agria desde el autobús, viendo pasar las calles vacías con los tacones en la mano, imaginar la noche ajena, el lento y vicioso desnudar del joven degenerado, los chirridos de la vieja cama y el agradecido final. Casi automático sonreír maliciosamente al recordar los problemas de Mercedes con su prótesis dental y verla forzada a planear unos instantes de alivio que él no debe notar, de pronto la carcajada con la visión de Mercedes clandestinamente desdentada e inevitablemente dormida después para su desgracia. Más difícil sin embargo, vetusta Pili, adivinarle a él deslizarse sigilosamente con la primera luz del día, protegido el trofeo con la propia vida camino a casa. Tan imposible que Mercedes aún ronca ajena cuando él, en el frenesí del regreso, saluda fugaz a sus padres que desayunan y abre ilusionado el armario para depositar solemnemente la magnífica hilera de blancas perlas que sonreirá junto a las otras a salvo de psicoanalistas rioplatenses, basculando lentamente en el agua.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Debes presentarme al personaje de tu relato. Tal vez podriamos intercambiarnos dentaduras, tengo algunas repetidas.
Nada como una sonrisa basculante para alegrarte el dia.

Anónimo dijo...

He aquí cual comentarista novata, tan sólo dejo mención patente de mi asombrosa admración por Merceditas y su reverenda historia.

Aún a riesgo de sonar como un vano alarde de musa, gracias por el "dudoso honor"!

Porterodelantero dijo...

Lo que hago no tiene nada de autobiográfico. Son solo dibujos, nada más.

Un saludo afectuoso.