martes, 14 de octubre de 2008

CARNIFEX! CARNIFEX! CARNIFEX!

Tus pecas fallaron unánimes en mi contra. Así lo recibí nada más entrar, con el abrigo y el peso de unos siglos sin verte todavía puestos. Tu vestido azul matizó fatalmente: pena capital. Saludaste desde la barra, con el mismo gesto que tantas noches me habia recibido en tu cama. Caí mentalmente de rodillas, y tu caricia furtiva en mi hombro dio inicio a mi ejecución. Tu sonrisa condescendiente, casi piadosa, me azotó como preparándome para el gran dolor. Mordí una almohada imaginaria. El final de una versión de los Smiths (bastante pobre, tuve tiempo de pensar), nos sirvió de marcha fúnebre anticipada. Casi al unísono, como orquestados, surgieron ante mis ojos de condenado sin fe tu enorme vientre y su dueno, probablemente tu marido, la guitarra en una mano y en la otra tu dulce nuca. Me ayudó con el último escalón del cadalso. La puerta de salida, al cerrarse, imitó el crujir de mi cuello.

2 comentarios:

Cuaderno Célinegrado dijo...

Sobriedad. Encantado. No la perderé a usted de vista.

Anónimo dijo...

Hermosa escritura de retales. Felicidades.