jueves, 20 de mayo de 2010

Geronte

Un nanosegundo y duermes, la cara contra el cristal, las gafas puestas y una media sonrisa satisfecha. Una farola, de la que sólo veo el reglamentario orín, ilumina tímidamente tu reinado. Voy a mirarte así unos minutos más.
Después conduciré hasta el centro de la ciudad, aparcaré y esperaré a que se haga de día.
Entonces, suavemente, a salvo tu sueño por el efecto del efluvio tan noble de la ginebra y la saliva, terminaré de quitarte los pantalones que ahora se te acumulan en los tobillos. Los plegaré con la dedicación de una madre, y con ellos me alejaré del vehículo, bien cerrado para que nada te pase, amor, y para que todos tus súbditos, con el periódico en la mano y en el cuerpo la ropa de los domingos, puedan admirar tu cetro ahora fláccido y tus blanquísimos muslos distinguiéndose -desconcertados pero nítidos- tras la ventanilla trasera de mi coche.
Desde mi mesita del Bar Cristal asistiré solemne a la creciente multitud, mientras paladeo el sabor metálico de la llave del reino, en algún lugar garganta abajo.

1 comentario:

Bailar Bamba dijo...

¿Por qué has dejado de escribir? ¿Lo haces en otro sitio? Dime, dime, dime.
bailarbamba.com